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EL PASEANTE
Apoyaba su oído en la negrura
de todas las fachadas más viejas de mi pueblo.
Caminaba despacio y se miraba
en los charcos de lodo del Parque del Retiro.
Y siempre que podía hacía una pausa
en los puestos de fruta al aire libre.
En los días de lluvia sonreía
y contaba las gotas de todos los cristales.
No quería mirar al sol de frente
en las tardes de agosto: le bastaba
con el ardor sediento del asfalto.
Le daba miedo el mar: como los niños,
quería tocarlo todo y se inquietaba
al ver el horizonte siempre lejos.
Le faltaba la luz y el aire y el sonido.
Buscaba a Dios por todas las esquinas.
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