"Bendita tu luz", la canción de Maná, siempre me emociona. Especialmente el verso que dice "Bendito el reloj, que nos puso puntual ahí", que lo hace ver todo tan frágil, tan circunstancial: "Bendita la coincidencia". Pero termina siendo toda una alabanza—"Bendito Dios", "Gloria al cielo"—como quien dice que no en realidad no puede ser mera casualidad.
El poema de Ángel Mendoza es la otra cara de la moneda. Me estremece tanto pensar en lo que obtenemos como lo que perdemos por casualidad, por torpeza, por lo pelos.
NIGHTMARE
Era de nuevo octubre del noventa
y en el viejo autobús hacia la Facultad
se sentó junto a mí,
pero en cambio esta vez no dije nada.
Así que nunca más la volví a ver,
y nunca coincidí con ella en ningún sitio,
ni pude presentarme, ni insistí en que supiera
mi pasado de niño de barrio pobretón.
Tampoco se partió de risa con mis chistes
sobados y patéticos,
ni accedió pensativa, haciéndose la dura,
a ver una película de moda en esos años,
Nightmare, (ni a los refrescos
invitó ella y a las copas yo.)
Así que no nos vimos muchos años después,
recién salidos de otra pesadilla,
y no hablamos mil horas por teléfono,
y no hicimos un nudo de aquellas cuerdas rotas,
y una mañana no naciste tú,
y yo no te escribía jamás este poema.
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