Para los melancólicos, qué Pandora es una caja con fotos. Esta de los abuelos de mi madre, por ejemplo, me emociona como pocos objetos tangibles en el mundo.
CAJA CON FOTOS
Instantáneas, retratos,
posados y espontáneos testimonios
con brillo, mates, grandes, diminutos,
las esquinas dobladas, recortados los bordes,
de niños y de ancianos, con mascotas y coches
y polvo porque el mundo estaba haciéndose
y no existían aún ciertas calles.
Fugaces gestos ya nunca cambiantes,
abarquilladas cartas que el pasado
franquea con espejos fragilísimos
que rompen a menudo el cristal de los ojos,
tejas de cartulina de una casa olvidada
en que retumba el eco.
Revueltas, las imágenes felices
con todas las angustias en potencia:
este censo de seres que se asoman
por unos ventanales empañados,
y al dorso tantas fechas
y nombres de lugares, manuscritos
por enterrados huesos.
El azar barajó lo que es seguro,
sus décadas distintas hacia un fin:
la unión, la desunión en otro ámbito
en que nada es inmóvil sino inerte.
Las cáscaras de frutos que se fueron.
Sus mondaduras.
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