sábado, 16 de julio de 2022

#197 Fort Bravo (José Benítez Ariza)

 


FORT BRAVO

Cada tarde, una mano alineaba

en columna de cuatro a los jinetes,

los hacía cruzar la peligrosa

pradera de terrazo y regresar,

con unas cuantas bajas, a la vaga

seguridad que les proporcionaba

la valla de maderas de embalar,

el portalón pintado, la torreta

de palillos cruzados que destacaba sobre

la arriesgada silueta de Fort Bravo.


El mundo era otra cosa: un horizonte

de mantas onduladas era el padre cansado,

echado en el sofá;

el filamento hiriente de una lámpara

era el sol del desierto, o la luna incendiada

sobre la palidez del cielorraso.

El mundo era otra cosa, sí: imperaban

en él las voces misteriosas

con que se despedían los adultos

a primera mañana,

del otro lado de un inexplicable

perfume de café, de un tintineo

amortiguado de cucharas.


Y uno hubiera querido

salir de entre las sábanas, entonces,

como salía la caballería

del recinto del fuerte,

y sentir, con el frío de la mañana oscura,

eso que ya sabían los adultos:


que Fort Bravo era aquella despedida con frío,

las tardes de cansancio,

lo que quedaba atrás cada vez que partían,

con caballo o sin él,

a la incierta pradera que ocultaban

las persianas echadas del cuarto de los niños.

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