Leonel Estrada era el abuelo de una de mis mejores amigas. Odontólogo, pintor, poeta, "el Midas del arte antioqueño". Son muchos los recuerdos que tengo de Takna, aquella casa mágica en la que vivía, llena de libros y cuadros, esculturas, rincones interesantes. Hace años escribí una pequeña elegía en honor a aquella casa. O más bien, a aquel lugar secreto, el tesoro de la casa, que capturó nuestra imaginación durante años: La Taberna del Ahorcado.
Como este poema guarda el amor por su admirable esposa, María Helena, es uno de nuestros (de las amigas de entonces, de hoy) poemas preferidos.Ese lugar que roza ahora los territorios del mito también fue mío—nuestro—unos instantes, cuando no era más que sombra de lo que había sido, y ya no había poetas, pintores, filósofos, actores que lo habitaran. Sólo quedaban los ecos de la música, alguna botella vacía y el arte—el Arte, con sus Firmas—en las paredes. "La Taberna del Ahorcado", lo llamaban cuando bullían en sus entrañas las conversaciones que forjaron la Medellín intelectual de los sesenta. Para nosotras no era más que el nombre fantasmal del sótano fantasmal de la fantasmal casa de los abuelos de A., el objetivo fantasmal de nuestras aventuras. (¿Qué niño no ha soñado con que un ático, un sótano, un baúl le revelen un secreto que transforme su vida por completo?) Bajo un mueble se escondía la trampilla en el suelo de madera por la que se bajaba a esa cueva, ese templo del arte en donde flotaba aún un aire bohemio. Ya entonces queríamos escribir e ir a bares de aire literario a los que en realidad no pertenecíamos. Queríamos esa taberna en nuestra casa, llena de gente interesante y conversaciones como las que se habían quedado entre el polvo por el que caminábamos con reverencia. Nada queda en pie ya de esa taberna-sótano-casa-de-los-abuelos-de-nuestra-amiga. Un motivo más para el recuerdo e imaginarnos nuevamente lo que fue, los secretos que guardaba, las ideas que vio nacer, las imaginaciones de tantos artistas bullendo, sin soñar jamás que por sus versos escritos en las paredes, pasarían los ojos de unas niñas curiosas que con los años cantarían sobre ellos, los artistas fantasmas, como el viejo lobo de mar que narraba relatos de ahorcados y tormentas.
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DESPUÉS DE MI MUERTE
Dos días después de mi muerte
estarás mirando cajones y gavetas,
mis “secretos”,
que nunca los tuve.
Uno a uno examinarás
mis apuntes, sorprendida
de encontrar cosas tan obvias
como las que se escriben
en papelitos.
Descubrirás un poema o varios
que nunca conociste, tonterías.
Te parecerá que mi voz
está unida a ellos.
Suspirarás y luego una pausa;
en alguno,
tu mentón temblará
al descubrir el amor
que no termina.
Todo igual, el amor,
mi amor, repitiéndose,
los besos, las ausencias.
Nunca el olvido.
Hasta en el último papel
estaré haciéndote compañía.
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