"Un día, en casa del pintor Alberto Gironella, amigo mío en esa época, estábamos tomando unos tragos y me regaló un libro, un tomote grande, sobre la muerte en la literatura española en los siglos de oro. Hablamos acerca de la muerte, y yo le dije lo que me había pasado, que desde hacía tres años, luego de la muerte de mi padre, no había podido volver a escribir ninguna otra cosa. Alberto me dijo que eso le había pasado en su pintura muchas veces pero que lo mejor era meterse al tema de la muerte aunque irrite y duela. Y pensé que tenía razón. Y empecé a escribir la segunda parte del poema: “Mientras los niños crecen y las horas nos hablan,/ tú, silenciosamente, lentamente te apagas”. Y la escribí en veinte días. La muerte ha sido una presencia constante en mi poesía. Ya lo digo en un poema: “¿Quién me untó la muerte en la planta de los pies el día de mi nacimiento?” Y es que mi vida ha estado marcada por la muerte. Pero desde la muerte de mi hijo Jaime a los veintidós años no he querido hablar más. Dejémosla allí, no hablemos de ella, que se olvide de mí por mucho tiempo."
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