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LOS PAÑALES
La Virgen sale a tender
los pañales de su Niño
que lavó por mano propia
mientras estaba dormido.
En todo el campo a la vista
no hay más que tres arbolitos
que no dan fruto ni flor
y que llaman los usillos,
pues dicen quienes lo saben,
que de su palo amarillo,
sacaban las hilanderas
husos al uso debido.
Perdonen los que escucharen,
la escritura y el estilo,
como ruegan las posdatas
que asientan los campesinos.
Al fin, con hache o sin ella,
la explicación da lo mismo.
Son tres arbolitos tristes,
pálidos e inofensivos
con que a los humildes lienzos
no habrán de causar perjuicio.
Y mientras que se va oreando
en sus ramas el tendido,
les daré otros de sus nombres
pues tienen varios distintos.
No me tachen de cargoso
que no pasarán de cinco:
usillo entre los cuyanos,
palo amarillo, está dicho,
azahar del campo en el Norte,
cedrón en el Entre Ríos.
Y en Córdoba palo de ángel,
que a mi ver es el más lindo,
con mayor razón, por cierto,
si uno conoce el motivo.
Ya bien secos los pañales,
para alzarlos se hallan listos.
Mas, cuando Nuestra Señora
recogerlos ha querido,
cata ahí que debajo de ellos,
con devoto regocijo,
viene y encuentra los gajos
todos de blanco floridos,
como cándidos encajes
de punto de lino fino,
que daban una fragancia
que arrobaba los sentidos.
Desde entonces florecieron
y para siempre benditos.
Y como que se acordaran
de dónde la flor les vino,
cuando más lozana la echan
es después de haber llovido.
Con que parece que a orearse
ponen de nuevo el hatillo.
Y para acabar la historia,
no hallarán mal si les digo
que de ahí sacan las abejas
la miel de sabor más rico.
Así la coseche quien
de gustarla sea digno.
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