Los últimos versos de este poema me han recordado los último del de los caballos de d'Ors. (Edit: ¡Acabo de caer, que Okolín—en el poema de d'Ors—y Ulzama están en la misma área! Aquí una foto de Ulzama desde Okolín). El intuir algo que no cabe en palabras, esa inefabilidad de la cosas, sí que tiene cabida en la poesía. Aún más, es casi la materia misma de la poesía—así como la lucha con el tiempo, el deseo de eternizar el instante.
REGRESO DE LA ULZAMA
Y luego, sin que sepa muy bien cómo,
regresan las imágenes: el humo
de unos rastrojos sobre el cerro en sombra,
un milano, posado en el alambre,
que batía sus alas contra el viento,
la grupa de un caballo que brillaba
como el cielo en un charco, las raíces
de aquel roble caído en el camino
y unos perros ladrando entre las ruinas
de un viejo caserón, y una almazara.
No sé qué significan—ni siquiera
si significan algo—pero ahora,
mientras regreso a la ciudad cansado
de haber acompañado esa hermosura,
con la última luz intento darles
un sitio en la memoria, un poso, un orden
eterno en que tal vez me sobrevivan.
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