ORACIÓN POR LOS CONDENADOS
En vano. Justamente con el derroche que supone
regar una flor muerta,
con toda la locura suficiente para acunar a un pájaro podrido,
con la fiebre capaz de numerar las gotas del mar todo,
con eso y más lo cierto es que hoy vengo hasta tus lindes,
Dios que hiciste posible tanta culpa,
audacísimo Artista que forjaste
semejantes a ti, tus enemigos.
Hasta tus bordes, dije, vengo yo a mendigarte un imposible
porque a quién sino a ti puede pedirse tanto.
Y es que no vayas contra tus hechuras,
que no deshagas con tu dedo izquierdo
lo que engendraste con el otro y nunca
hagas trizas de sombra aquel espejo
que azogaste tú mismo con polvillo de estrellas
para sentirse aún más infinito.
Porque engendraste para amar. ¿No acierto?
para mirarte en frutos parenciales,
para ensanchar tu oído imponente con gritillos minúsculos, ajenos,
de musarañas no serviles, sino gustosas, libres y entregadas.
¿He dicho mal, Patrón?
Y pizcaste a la Nada, tan eterna
casi como tú mismo
con tu pulgar fatídico, fosforoso y exento
y con tu índice doblado al rojo blanco, trepidante,
para que de la cruza de la Nada y tus dedos,
del beso de esas dos eternidades,
reventáramos ínfimos, pero conscientes y señores,
a la gran playa de existir. ¿Estamos?
Y algunos esgrimimos, esgrimieron,
porque les fue posible y deseado,
esa herramienta doble y de diez filos,
y mientras con los cinco sentidos niños de su cuerpo
cortaban la manzana de una dicha,
ay, ocurrió que con los otros cinco,
ciegos del alma y la ignorancia,
rasgaban el pellejo de ese lago
donde te miras y te encuentras todo.
¿Pero qué? Nunca nadie pensó, quiso,
-¿Lo digo? Sí, lo digo pues lo siento
y mentiría si callara-.
Nunca nadie de veras pensó ni quiso hacerte daño,
ir siquiera en tu contra,
desbaratar tus filas de armonía.
Nunca nadie, Maestro; yo respondo
por todos, Tú respondes por todos. El responde
por El y por nosotros, nunca nadie.
Nadie nunca, ya digo, nunca nadie.
¿O alguien alguna vez? ¿Sí? ¿Tú lo crees?
¿Tú lo sabes, amigo? Yo pensaba
que no merece el hombre tanto cielo
ni tanto inf... ¿Te lo digo?
Sí, lo digo, ni tanto, tanto infierno.
Eso, ni tanto infierno, ya está dicho.
Tan inmenso rechazo,
esputo tanto y tan viscoso,
portazo tan desesperante,
«no» tan definitivo.
Digo, porque si bien puede ser cierto
que no supieron o quisieron
tu bien, igual es cierto y muy más cierto
que no tu mal quisieron ni sabían.
¿Cómo iban ellos a saber?
Unos, porque tu hijo aún no hubo hablado;
otros, porque después de hablar tu hijo
¿qué podía faltar a sus rescates?
¿Quién iba a poder más?
Por todas estas cosas y otras más que no pongo
es por lo que esta noche, en que nadie nos oye ni nos mira,
me he parado a pedirte, no explicaciones, sino sangre,
pues por lo visto falta sangre,
hace falta aún más sangre,
no fue bastante sangre
la que lloró tu niño sobre todos.
Y por eso yo ahora
vengo a pedirte parte de la tuya,
sí, de la esencia tuya;
sólo la gota suficiente
para que quede bien del todo
limpia la plana y enmendada,
todo cabo en sazón.
Y no por ellos solos te lo pido
sino también por ti y por mí, ya sabes.
-Y que conste que no llamo a la Madre-.
Antes por mí que necesito
seguirte viendo en lo más alto
puro y sin sombras, Capitán, perfecto,
inmejorable y si no perdonaras
podría mejorarte y sublimarte
un último perdón definitivo.
Y ayudarías a mi fe tan niña,
tan indecisa y asustada entre
un corazón de quien el mar es átomo
y una espada de fuego ...
Pero también he dicho y lo mantengo
que lo pido por ti. Porque me consta
que hay una nube en tu alegría
no tan redonda ni perfecta, Padre,
reconócemelo. (Nadie nos oye.)
No tan redonda porque alguna grieta,
mínima, pero grieta,
labra sobre tu piel, MISERICORDIA,
esa Madre del tiempo y de la lluvia,
tu identidad, amigo, tu sustancia,
tu manera de ser...
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