El domingo pasado hice una referencia al poema de Claudel sobre su conversión que comienza dirigiéndose a la Virgen: "C’est tout de même vous, Madame, qui avez eu l’initiative."
Dante más o menos dice lo mismo en la Divina Comedia: Es la Virgen María, la gentil Donna, la que primero se preocupa de Dante (Inf. II, 94). El movimiento salvífico que pasa por santa Lucía, Beatriz y Virgilio, tiene su origen en la iniciativa de María y culmina con Dante siguiendo su maternal mirada (Parad. XXXIII, 44) hacia la contemplación de la Trinidad.
El siguiente fragmento del último canto de la Divina Comedia es la oración que san Bernardo le dirige a la Virgen, pidiéndole para Dante la gracia de esa visión inefable.
Y con este poema, en la fiesta de la Inmaculada, concluimos esta semana en honor a la Virgen.
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PARADISO XXXIII
(Fragmento: La oración de san Bernardo a la Virgen)
Santa Virgen y Madre, Hija de tu Hijo,
alta y humilde como no hay criatura,
del plan eterno en Dios término fijo,
nuestra naturaleza a tal altura
tú elevaste, que, aun siendo hecha de cieno,
no rehuyó su Hacedor el ser su hechura.
Volvió a encenderse Amor en tu almo seno,
y a su fuego la blanca Rosa alcanza
plena germinación en su terreno.
Antorcha eres de amor en la bonanza
de aquí arriba; y abajo, a los mortales,
hontanar siempre vivo de esperanza.
Tan grande eres, Señora, y tanto vales,
que quien, merced pidiendo, a ti no corre
cortó el vuelo al remedio de sus males.
No ya al que pide tu bondad socorre
tan sólo: se anticipa con frecuencia
y libremente antes del ruego acorre.
En ti misericordia, en ti clemencia,
en ti magnificencia, en ti se aduna
cuanta bondad sumó la humana herencia.
Este, pues, que de la ínfima laguna
del universo a la suprema esfera
las vidas de las almas vio una a una,
a ti suplica y de tu gracia espera
virtud para que pueda su mirada
alzarse al fin a la salud postrera.
Y yo, que en lo de ver no quise nada
que no quiera para él, te alzo mi ruego,
el cual, no siendo vano, te persuada,
porque anules en él nube que ciego
le deja, por mortal, y el ruego tuyo
al gran deleite le prepare luego.
También te pido, dulce Reina, cuyo
querer siempre es poder, que guardes sano,
tras ver él tanto, todo afecto suyo.
¡Venza tu guarda todo impulso humano!
¡Mira cómo Beatriz, con los electos,
te alza a mis ruegos una y otra mano!
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